Recordando a mi padre (Diego) en el 6º Aniversario de su Muerte.

Hoy hace 4 años que te marchaste sin avisarme aunque llevabas mucho tiempo anunciándolo. Aunque en vida fuiste muy cascarrabias, un pesimista empedernido y tambien un poco egoista, tengo que reconocerte hoy y siempre, que te echo de menos. También que yo no me quedo muy atrás, además de "tener más orgullo que don Rodrigo en la Horca" (de boquilla, claro está). Esta mañana de diciembre, de una forma especial.

Entre otras muchas cosas, eras mi "parapeto" (palabras de mi amigo Rino en tu entierro) ante el final y eso me daba cierta seguridad que conservaré a pesar de todo. Ser el mismo "parapeto" para los que vienen detrás tambien es una "sagrada" misión en la vida.

Hoy te tuteo, pero en vida sabes que nunca lo hice. Ni contigo ni con mi madre por que el peso del "respeto" era más que la natural cercanía entre padre e hijo. No te lo creeras, pero te echo mucho de menos. A pesar de mis disgustos ante tu actitud de verlo todo negativo o siempre comparar tiempos pasados con los actuales. La verdad es que, aunque muy tarde, tengo que darte la razón en muchas cosas.

Estoy seguro que en estos momentos complicados, me ayudarías con tu presencia. Aunque fuese ese "cortafuegos" natural de la existencia. Pensar que mientras estuvieses tu, no me pasaría nada, es tan absurdo como "natural". Los primeros, no siempre van delante.

Como yo me resisto a rezarte, tomaré prestado la definición del poeta, Gibran, sobre la Muerte, que hace bella con sus palabras. Te las encargué en el lugar donde descansas. Creo que te conocía bien y te sentirías orgulloso de ese poema. A veces pienso (soñar lo imposible siempre es bonito) que alguna noche, incluso saldrias a fumarte un cigarro, tomando el fresco y lo leerías a la luz de la luna y la tranquilidad del lugar.

Hoy, te reecuerdo de una forma especial y tú sabes bien la razón.

Almitra, entonces, habló, diciendo: Os preguntaríamos ahora sobre la Muerte.

Y él respondió:

Desearíais saber el secreto de la muerte.

¿Pero cómo lo encontraréis a menos de buscarlo en el corazón de la vida?

El mochuelo, cuyos ojos atados a la noche son ciegos en el día, no puede descubrir el misterio de la luz.

Si, en verdad, queréis contemplar el espíritu de la muerte, abrid de par en par vuestro corazón en el cuerpo de la vida. Porque la vida y la muerte son una, así como el río y el mar son uno también.

En el arcano de vuestras esperanzas y deseos reposa vuestro conocimiento silencioso del más allá.

Y, como las semillas soñando bajo la nieve, vuestro corazón sueña con la primavera.

Confiad en los sueños, porque en ellos el camino a la eternidad está escondido.

Vuestro miedo a la muerte no es más que el temblor del pastor cuando está en pie ante el rey, cuya mano va a posarse sobre él como un honor.

¿No está, acaso, contento el pastor, bajo su miedo de llevar la marca del rey?

¿No lo hace eso, sin embargo, más conciente de su temblor?

Porque, ¿qué es morir sino erguirse desnudo?

Y, ¿qué es dejar de respirar, sino el liberar el aliento de sus inquietos vaivenes para que pueda elevarse y expandirse y, ya sin trabas, buscar a Dios?

Sólo cuando bebáis el río del silencio cantaréis de verdad. Y, cuando hayáis alcanzado la cima de la montaña es cuando comenzaréis a ascender.

Y, cuando la tierra reclame vuestros miembros, es cuando bailaréis de verdad.

Publicado por Juan José Cánovas el 15 de diciembre de 2014

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