La peor enfermedad que nos asola es las que nos destruye la memoria y nos lleva a un estado vegetal

No me cabe duda alguna que la peor enfermedad que nos asola (las del cuerpo) es las que nos destruye la memoria y nos lleva a un estado vegetal. Sinceramente, es a la que mas le temo.

Si la vida tiene sentido, es por la bagaje y la enseñanza que nos ofrece. Rememorar las vivencias y transmitirlas es algo que siempre me ha apasionado, escuchando a los mayores ¿Qué mejor libro que las sabias palabras y consejos de un anciano o una anciana?

Si hay un sentido que debería permanecer en nosotros, ese es sin duda el olfato. Hoy cuasi todo puede archivarse, menos el olfato. Intento no dejar nunca la sensación de rememorar aromas y olores de mi niñez.

Nunca podré olvidar el aroma de mi abuela o el de mi madre cuando me llevaban en brazos o me atendían. Aun hoy, cuando me siento desanimado, siento la necesidad de refugiarme al calor de aquel regazo, buscando la protección que no encuentro. El olor del cuerpo que yo creo -como la jodida LH medular-, no hay dos iguales en el mundo.

Pero el aroma que mas viene al recuerdo es el de aquellas mañanas, cuando acompañaba a mis abuelos a desayunar. A mi me mandaba, con la lechera, a la casa de "El Pulpo" y la Salvadora.

El cabrero, ordeñaba las cabras de madrugada, sentado en una banqueta y acariciando, con una mano, los pezones con ese sonido cuando daban los finos chorros leche sobre la vasija que sostenía con la otra mano.

Cuando llegaba con la leche recién ordeñada, el aroma del café de malta inundaba la casa. Mi abuela, había preparado los tazones (cada uno tenia asignado el suyo).

Troceaba con sus manos, el pan que guardaba en la bolsa de tela de los días anteriores, ya seco. Primero, llenaba los tazones con los trozos de pan para echar la leche caliente (una vez hervida y separada la crema) sobre la mía.

El tío Juan (mi abuelo), "las sopas" de pan se las tomaba solo con café, lo que le daba una imagen mucho más atractiva que la aburrida leche de las cabras de "El Pulpo". A veces, le pedía permiso para sopar en su taza de migas de pan y café de puchero con un poco de anís.

¡¡Cuanto daría yo por volver a compartir esos momentos con aquellos ancianos y rememorar la mezcla de aromas y sentimientos inigualables e irrepetibles por tiempo que pase!!

Ese era el inicio del día, con un modesto manjar (sopas de pan duro con leche de cabra y café solo en el caso de mi abuelo). Un delicioso momento para afortunados como yo en la calle Alcantara.

También por mantenerlos intactos en el recuerdo casi 60 años después. Que se dice pronto.

Juan José Cánovas

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