La abundancia de lluvia en Totana hace ahora 132 años

La generosidad de la tierra que nos acoge en esta parcela del Mediterráneo recibe con gozo el regalo de la lluvia. Sierra Espuña conserva en sus entrañas este preciado bien, un recurso que ayudará a paliar la dureza de esos otros años de sequía.

No es precisamente signo de identidad de nuestra tierra la presencia de torrentes de aguas, fuentes o manantiales ni mucho menos han imperado a lo largo de su historia periodos de profusión de lluvias, sino más bien todo lo contrario, su constante ha sido la escasez, la carestía, la pertinaz sequía… adversas realidades que han lastrado y condicionado su desarrollo económico a lo largo de los siglos, limitando sus posibilidades de expansión y obligando frecuentemente a sus vecinos a buscar «tierras llovías», en las que poder conseguir el diario sustento.

Sin embargo, hace ahora 132 años, en la primavera de 1890, Totana vivía un periodo en el que el cielo se mostró pletórico, regando sus campos en tal exceso que impidió durante un tiempo faenar en ellos. No quiere decir eso que no se hubiesen sucedido otros momentos de pluviosidad más o menos intensos, pero lo que sí resulta curioso es detectar que nuestros mayores vivieron a finales del siglo XIX una etapa de similar ritmo a la que estamos sujetos en estos días, con el agravante de que entonces sus posibilidades de respuesta eran mucho más limitadas, sobre todo por su dependencia de la agricultura, cuando, además, no se disponía de ayudas sociales para paliar la aspereza de tan severas coyunturas.

Por lo extraño del acontecimiento, pero sobre todo por la magnitud de sus repercusiones que impidieron el desarrollo de las labores agrícolas, pues lo normal era recurrir a oraciones y plegarias de rogativas implorando el beneficio de la lluvia, reproducimos la apelación que publicaba el periódico local La Voz de Totana, en marzo de 1890, reclamando la atención sobre los graves efectos que se derivaban de ese hecho, ya que ponía de manifiesto «la triste situación porque venía atravesando la clase jornalera» que «a consecuencia de la continuada lluvia» de esos días no podía «ganarse el necesario sustento», resultando un panorama desolador, desarrollándose «el triste espectáculo que ofrecen las calles de este pueblo, las cuales, principalmente de noche, se ven invadidas por multitud de pobres vergonzantes que no hallan otro medio para no perecer y que no perezca su familia». Ante tan dramático escenario el entonces alcalde de la localidad, Ángel Fontana, convocaba a los mayores contribuyentes de la villa, «a aquellos que la vida les había sonreído con patrimonio y fortuna» para «pedirles medios con que favorecer tanta y tanta necesidad como se observa por todas partes».

La respuesta del vecindario fue abundante y generosa congratulándose este medio de comunicación por la respuesta y el entusiasmo del pueblo de Totana «en acudir a la voz de socorro por nuestros hermanos», felicitando a los impulsores «de tan alta idea», pero también se nombró una comisión que recorriese «las calles, yendo a casa de aquellas personas que por cualquier circunstancia no hubieran asistido a la reunión» para recabar su colaboración. 

Bien distinto es el panorama de nuestro presente, aunque probablemente no menos incierto, sobre todo, cuando fantasmas que creíamos ya enterrados e incapaces de volver, aparecen de nuevo sembrando de muerte y destrucción las tierras de la vieja Europa, desgarrando vidas e ilusiones, abriendo heridas por las que se desangran la convivencia, el respeto, la fraternidad…

Juan Cánovas Mulero

Página del periódico local La Voz de Totana en su edición de 16 de marzo de 1890 en la que se recoge la demanda de ayuda del alcalde de la localidad para ayudar a los jornaleros que llevaban un tiempo sin poder trabajar como consecuencia de la abundancia de las lluvias. Colección Arnao Aledo.
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